Recuento
Cortando carne,
me rebané
el dedo índice
de la mano izquierda
con un cuchillo de carnicero
que me regaló
Javi el Coletas
para mi treinta y cuatro
cumpleaños.
También destrocé
el brazo que la sigue
contra un suelo
preñado de cristales
en medio
de una tormenta de ron.
En otra ocasión,
mi barbilla
quedó abierta,
como una segunda boca,
después de un choque brutal
contra la casa del Chato.
Un año,
en fiestas del pueblo,
mi sangre corría
calle abajo,
por la Iruñalde,
después de darle
una patada,
descalzo,
con toda mi alma,
a una lata de conservas.
El codo
de mi brazo derecho
dejó desnudo
a su hueso
con los azulejos
de la repisa
de una ventana,
una tarde
de matar gorriones,
en Jaén.
En la piel
de la cabeza
llevo apuntada,
con piedras e hilo de seda,
cada batalla infantil
librada
en los sembrados
de Berriozar.
A todo esto
hay que sumarle
quemaduras
en los muslos,
asimetría de pelvis,
daltonismo,
ceguera de un ojo,
espolón calcáneo,
sobrepeso preocupante
y una tos
que asusta a los niños.
No sé
qué le tendrá reservado
el destino
a la mano
con la que escribo.
Cortando carne,
me rebané
el dedo índice
de la mano izquierda
con un cuchillo de carnicero
que me regaló
Javi el Coletas
para mi treinta y cuatro
cumpleaños.
También destrocé
el brazo que la sigue
contra un suelo
preñado de cristales
en medio
de una tormenta de ron.
En otra ocasión,
mi barbilla
quedó abierta,
como una segunda boca,
después de un choque brutal
contra la casa del Chato.
Un año,
en fiestas del pueblo,
mi sangre corría
calle abajo,
por la Iruñalde,
después de darle
una patada,
descalzo,
con toda mi alma,
a una lata de conservas.
El codo
de mi brazo derecho
dejó desnudo
a su hueso
con los azulejos
de la repisa
de una ventana,
una tarde
de matar gorriones,
en Jaén.
En la piel
de la cabeza
llevo apuntada,
con piedras e hilo de seda,
cada batalla infantil
librada
en los sembrados
de Berriozar.
A todo esto
hay que sumarle
quemaduras
en los muslos,
asimetría de pelvis,
daltonismo,
ceguera de un ojo,
espolón calcáneo,
sobrepeso preocupante
y una tos
que asusta a los niños.
No sé
qué le tendrá reservado
el destino
a la mano
con la que escribo.
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