domingo, junio 10, 2007

ARTICULO SOBRE PANERO APARECIDO EN LA RAZÓN


La locura es la mejor poesía abstracta»
Leopoldo María Panero presenta «Papá, dame la mano que tengo miedo», un libro en prosa donde se asoma al abismo de su intimidad - Publica también el poemario «Jardín en vano»




J. Ors
Madrid- Hay un cenicero lleno de cigarrillos arrugados y sin terminar, y un bodegón de botellas vacías sobre la mesa que traza el retrato exacto de quién es él. Dos cajetillas recién abiertas son mejor que una. Calman la ansiedad del fumador y aportan esa falsa seguridad de que nunca se van a acabar. Leopoldo María Panero está sentado en la terraza del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Atrabiliario, meditabundo y visionario, tiene en su mirada el horizonte de la locura y los ojos puestos es ese huracán de palomas que sobrevuela las cornisas de los edificios y chapotean en los charcos secos de las aceras de Madrid. «Me gustaría vivir aquí. La gente no me conoce, y a mí me gusta estar solo, como a Napoleón», y sonríe de refilón, con la sana malicia del pillo que sabe lo que está diciendo en ese momento. El poeta vive ahora en Canarias, pero no le gusta el sol ni bajar a la playa: «Me roban la cartera», aduce. Y luego, con la sinceridad bienintecionada de un niño, argumenta: «En esta ciudad puedo pasear. Conozco librerías y, en algunas, me regalan libros. Aquí no me insultan por la calle, como sucede allí. Eso no me gusta».
El insecto
Las librerías recibirán estos días sus próximos trabajos: «Papá, dame la mano que tengo miedo» (Cahoba) y «Jardín en vano» (Arena Libros), un poemario coescrito con Félix J. Caballero. En el primero desdobla una prosa directa, sin ovillos retóricos, en el que saca todo el Bukowski que guarda dentro, a pesar de que él es muy baudeleriano y francés: «Lloro frente a una vagina que escupe sangre infecciosa, que escupe vino a raudales». Y más adelante: «La vida es sólo un insecto parándose dulcemente sobre mi pie, una ruina entre ruinas, silencio total».
Pero lo mejor es siempre escuchar al escritor, los meandros, oscuros o lúcidos, de su conversación algo deshilvanada: «La literatura es una defensa, una ayuda que me aferra a la vida. Las drogas y el alcohol también ayudan a vivir, claro», afirma. «Ahora me aferro a la vida como una lapa. No pienso suicidarme, como aseguran algunos». Cuando se le pregunta por el malditismo que algunos le han echado encima, responde airado: «Esos son tópicos, tonterías. Vivir me interesa mucho y también cantar canciones». Y tararea una estribillo de Los Rodríguez: «Brindo por las mujeres que derrochan simpatía...». Y cuando se interrumpe, señala: «Me gusta el sexo, el vino y las mujeres». Y apunta: «Mucho más que La Feria del Libro». En ocasiones hay que insistir. Habla de la literatura pero de manera interrumpida, de pasada, como si se tratara de un secreto que no quisiera mencionar. «No existe obra ni espíritu ni arte ni nada. Yo no creo en la inspiración. De la poesía me gusta la rima, pero lo que me interesa es la novela, sobre todo las biografías noveladas». Reconoce que cuando redacta «se pone a perorar», y recita: «Al pie de un árbol me puse a considerar...». «Empecé a escribir cuando aún no sabía hacerlo. Hacía poemas para mi padres. A ellos les daba miedo. Pero Dámaso Alonso admiraba mi mirada de los cinco años. Con quien mejor me llevaba era con mi madre. A ella sí que le gustaba lo que escribía. Pero a mí me inspiraba mi padre, que era un gran poeta. Luego a los ocho me volví cursi y a los 15 compuse un poema que no estaba mal», declara.
Su diálogo imprevisible está salpicado de poemas recitados de memoria y reflexiones chocantes: «No me gusta para nada “El Quijote”. De Cervantes siento inclinación por “El licenciado vidriera”». Luego revela: «Tampoco me gusta Lorca: ni “Poeta en Nueva York” ni “Romancero gitano”. Pero sí me gusta el libro que ha escrito Ian Gibson sobre la muerte de Lorca, porque mi muerte fue igual que la de Lorca. Llevo 20 años pendiente de una pena de muerte. En los manicomios te tratan como si no existieras, como un objeto».
La locura es diana de sus observaciones y de su humor: «Yo debería ser psiquiatra, aunque sólo fuera por dinero. No puedo pasarme la vida viviendo de las editoriales». Y pronto reflexiona: «Odio la locura. La de los demás, la mía está bien. La locura es la mejor poesía abstracta. Edgar Allan Poe era un poeta abstracto y matemático porque estaba muy solo. La paranoia es la única locura de todas que no es gratificante», subraya. Y confiesa: «Los manicomios son campos de concentración. Son tan crueles como los circos romanos. Son una tontería, no dejan estar con mujeres y el de Canarias es una mierda».

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