Hablo desde el hueso.
Desde la carne abierta.
Acabo de recordar
la noche
en la que entendí
que el dolor no se pasa. El dolor está.
Llega, se transforma,
cambia, pero no muere nunca.
El dolor no mata,
están todos equivocados,
todos mienten.
Cuando te toca
tu rostro ya no es el mismo.
Te agarra fuerte, te suelta,
pero la tregua es sólo engaño
sólo parte del camino
que él mismo impone.
Nada hay más fuerte.
Y nada te hace más fuerte.
La frase es bien conocida:
las personas heridas
son peligrosas
saben que pueden sobrevivir.
Te matas tú,
él no se mancha.
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Cuatro paredes, doscientas baldosas,
dos ojos, una boca, labios sin nada,
números que no sirven,
que dejan demasiado espacio.
Espacio, por todas partes,
a bocajarro,
frío, hueco,
como un aliento que te inunda.
Desconocido.
No querer ver más.
Herida. Rota.
La lucidez ciega. Quema por dentro.
Oscuridad en las entrañas
mismas
de la casa.
Gritar sin voz.
La ausencia del gesto.
La nada.
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La soledad
es saber que puedes,
que alcanzas,
pero no tener, no ver nada cerca.
La desesperación de una casa entera.
No saber nombrar.
Querer tocar. Desear.
Haber olvidado cómo se quiere.
No sentir.
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Pues así de bien escribe ANA VEGA subiré más poemas suyos, por supuesto, y publicará libros y libros preciosos.
1 comentario:
Me quedo ante todo con el último.
El sentimiento de soledad, puede llegar a destrozar a una persona.
Un abrazo enorme.
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