sábado, marzo 22, 2008

SÁLVESE QUIÉN PUEDA


Es el título de un capitulo del libro de PEDRO JUAN GUTIÉRREZ "TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA" concretamente, es el capítulo que cierra el segundo libro llamado NADA QUE HACER. Te lo voy a poner entero, para que si tienes tiempo lo leas, y te animes a coseguir este libro, si no lo consigues, comentame y te lo paso. Creo que es un libro que todo el mundo debiera leer, sinceramente. A mi me esta resultando brutal, descubrir cada relato, cada página de este libro.


SÁLVESE QUIEN PUEDA

La noche anterior estuvimos bebiendo hasta la madrugada. Haydée contándome sus historias espiritistas y cómo tiene miedo y no se atreve a desarrollarse. Jorge escucha. Siempre escucha y no habla. Nos acostamos a las cuatro de la madrugada, medio borrachos. Es una sola habitación pequeña, con un baño y una cocina de kerosene. Haydée extendió una frazada en el piso y caí como una piedra. Me parece que ya medio dormido los oí templando y suspirando. Son insaciables estos negros.

Me levanté a las nueve de la mañana. Me lavé la cara. Agarré mis veinte langostas congeladas y me fui a la estación del ferrocarril. Hay un tren para La Habana a las doce del día. Siempre va atestado y eso es bueno porque la policía no registra.

Por una calle principal iba un entierro. Todos a pie, en silencio. Demasiada gente en medio de un silencio exagerado. Yo iba con mi caja de langostas y tenía que andar ligero, pero de todos modos intenté averiguar. Nadie sabía nada.

La gente anda sucia, mal vestida, con hambre, y nadie habla. La cuestión de cada uno es buscar dinero y comida y sobrevivir.

Después estuve toda la tarde dando bandazos en aquel tren, que salió con tres horas de atraso y avanzó sin prisa, parando cada cinco minutos.

Al fin llegué a La Habana a las diez de la noche. Todo el di perdido en el salao tren. Pero llegué con mucho ánimo a cuartico. Es bueno estar así. Con mucho ánimo. Si te desanimas eres carne para los gusanos. Puse las langostas en el conelador, me tomé un vaso de agua con azúcar y me acosté a dormir- Estaba molido.

Dormí de un tirón y a las siete de la mañana me tocaron a la [uierta. Margarita despertándome. Me olfatea. ¿Cómo supo que V0 había regresado? Me hizo café. Se quitó el vestido, con el pretexto del calor y de que iba a barrer y limpiar, como si el cuartico fuera un palacio. Me provocó con su encueradera. Templamos un poco. Hacía tres días que no la veía. Me gusta esa negra. Sobre todo cuando se queda en silencio un rato. Habla tonterías y trata de hacerse la simpática hasta el cansancio, y eso fastidia. De todos modos sólo es atracción sexual. Sólo eso. Para mí es suficiente. Me quedé con el corazón empedrado y por una mujer soy incapaz de sentir algo más que una erección.

Estos amores fugaces son deliciosos porque carecen de expectativa. No tienen pasado ni futuro. La expectativa destruye muchas cosas. Pero aprender a eludirla es un arte.

Margarita quería limpiar de todos modos y hacer un almuerzo. Pero no. No quiero jugar a las casitas nunca más. Está bueno ya. Cogí cuatro langostas y salí a venderlas. Despaché a Margarita para su cuarto y chau, luego nos vemos.

En el edificio del frente hay un guantanamero que está alquilando su carro y tiene plata. Es un Plymouth del 54. Un auto bruto, grande, rojo, con guardabarros enormes, todo amplio. Un auto salvaje, con mucho metal rojo y unas ventanillas pequeñas. A mí me parece siniestro, pero los turistas dicen que es un «clásico» y les gusta alquilarlo para pasear por La Habana vieja o montar jineteras y llevarlas a la playa. Elogié lo bien cuidado que tiene ese vejestorio y me dijo:

-Acere, este carro es una mina de oro, esto es un almacén de Pornografía.

-¿Cómo de pornografía? ¿Tú estás loco?

-Ah, tú no sabes na’ nagüe. A muchos extranjeros les gusta

hacer sus cuadros con las jineteras ahí dentro o en el techo o

en el capó. ¡Locuras, locuras! Y entonces me piden que les sa-

que fotos y videos. ¡Y to’ eso lo cobro extra! Tú no te imaginas

dinero que da el cacharrito este.


El guantanamero se quedó con dos langostas. Está bien. J\/[e las pagó a dólar cada una, sin regatear. Es buen negocio. A mí me salen a tres por dólar con los pescadores. Lo jodio es que no puedo traer doscientas de un golpe. Seguí mi camino. Me lle_ gué al restaurancito de Urbano. Y sí. Quería diez. Ya. ¡Hice el pan! Se las llevé, cobré y me fui a buscar un poco de ron. No se puede trabajar tanto porque la vida es muy corta.

En la ronera la cola estaba full, pero me acerqué por la orilla, miré al dependiente y le pasé la botella. Me la llenó y le di sus treinta pesitos. Así a la cara, delante de la gente en su cola. El que tiene dinero no puede estar comiendo mierda haciendo cola dos horas para una botella de ron, con la libreta de abastecimientos en la mano. Ni cojones. Pago el doble y resuelvo en un minuto. Enseguida formaron su protesta. Y los viejos con su matraquilla: «Está bueno ya, esto es igual pa’tó el mundo, esto es por la libreta.» Les jode que llegue uno con plata y les dé por el culo. Me alejé un poco y les grité:

-¿Qué igual ni igual de qué? ¡Partía de arrastraos! Vayanse pa’l carajo.

Cuando estoy en eso se me acerca el viejo Martín, curda como siempre:

-Oye, Pedro Juan, deja eso. Deja a esos infelices. Tengo que subir a la azotea contigo. Reservé una botellita para tomármela contigo.

-Ah, está bien, Martín, cuando tú quieras. -No, cuando yo quiera no. Dime cuándo. Lleva meses con esa candanga. Ya me tiene cansado. -Martín, por las noches siempre estoy allá arriba. Yo no salgo. -Está bien. Tengo unos cuentecitos que hacerte, para que tú escribas después.

-Yo no escribo ya, Martín. ¿No me ves luchando siempre en la calle?

-¿Tú no eres periodista, chico? -Era. Era. Ya no soy ni cojones.

-¿Cómo es eso? No me engañes. Yo te estoy hablando en serio.

-Deja eso, Martín. Ve por allá arriba cuando tú quieras. Lleva la botellita y hablamos de mujeres y de pelota.



-Oye, no. Yo soy un hombre serio. De niño y de joven yo fui vecino del personaje ese que tú conoces... -¿De quién? -¿De quién va a ser?

-Shhh, Martín, deja eso. Yo no escribo ya, Martín. Quédate tranquilo.

Le di la espalda y me fui.

Regresé con mi botella para mi cuarto en la azotea. Voy a cocinar una langosta y la acompaño con ron. No pega, pero es lo que tengo y tiene que pegar.

Iba pensando en eso cuando me encuentro a Tony, un colega de antes. Nos saludamos y hablamos un rato. Más’ bien habló él porque fue a Matanzas a investigar un ovni que aterrizó allí hace unos días. Y sí, parece que es cierto. Sobre todo porque el testigo es un campesino tan bruto e ignorante que no sabría decir mentiras. El ovni, del tamaño de un auto pequeño «Igual que una jicotea, como el carapacho de una jicotea» bajó en silencio, salió un hombre, recogió unas hierbas, entró de nuevo en el aparato y despegó sin el más mínimo ruido. Allí están las huellas todavía y las fotografiaron.

-Bueno, Tony, está bien. Yo siempre he pensado que existen en muchos planetas. Lo único que me preocupa es que no quieren comunicarse con nosotros.

-¿Nos verán muy salvajes todavía? -Claro. Demasiado salvajes. Agresivos. Brutos. -Bueno, Pedro Juan, no te calientes mucho la cabeza. -Ah, vienes y me inyectas y ahora me dices que no me caliente la cabeza. -Bueno, te dejo. -Okey, nos vemos.

Lo que faltaba, extraterrestres de verdad jodiendo por ahí Subí. Puse a hervir la langosta y me quedé en silencio. Cada día disfruto más el silencio y la soledad y no espero demasiado No puedo explicar cómo es. Si me rodea el silencio yo soy yo Y eso me basta.

Mi vida se dispersa continuamente. Como un río que se sale de cauce y se desborda sobre la tierra. Entonces tengo que abandonar muchas cosas y pensar qué es lo útil y lo bueno


Sólo así controlo las aguas y las retorno a su cauce. Es corno un péndulo. Siempre ha sido así. Ya me acostumbré a vivir con estas inundaciones que lo arrasan todo, y después la calma, el control, la soledad, el silencio. Es un largo aprendizaje. Infinito. Sospecho que nunca concluirá.

La langosta hirviendo y yo adelantando con el ron. Vino María, una vecina muy vieja que a veces tiene premoniciones y ve cosas y yo la ayudo a interpretarlas. Hace un año se quedó viuda. Siempre apabulló al marido y se vanagloriaba cuando me decía que él le tenía miedo.

-Te voy a decir una cosa que me pasó ayer por la tarde, a ver que tú crees porque tú tienes gracia para estas cosas.

-¿Yo? No, María. La que tiene gracia eres tú. Si dieras consultas vivirías mucho mejor.

-Ya estoy muy vieja para empezar. Si no lo hice cuando debía, ya es tarde.

-Bueno, ¿qué te pasó?

-Muchacho, yo estaba leyendo una revista y recosté la cabeza y cerré los ojos, para descansar un poco. No me dormí. Sólo cerré los ojos y ahí se me apareció Manuel, y muy sereno, sin odio, me dijo: «Te voy a matar.» Y desapareció.

-¿Y tú qué hiciste?

-Abrí los ojos, sin miedo, pero no se me quita eso de la mente. ¡A mí se me da todo lo que veo! ¿Qué hago, Pedro Juan?

-Me parece que sí tienes miedo.

-No, no, no.

-María, pon un vaso de agua con perfume y ve a una santera que le dé una misa bien hecha. Ese espíritu necesita elevarse. Él murió de un accidente. Fue muy inesperado y está penando. Si no actúas a tiempo para darle luz, te lleva con él. Tienes que hacerle una misa, o dos o tres, las que sean, para que él sepa que su lugar es en el cementerio y no aquí. Ya tiene que irse.

-Ayy, hijo, yo no creo en nada de eso.

-Entonces no viste nada.

-Sí lo vi. ¿Cómo tú vas a dudar de mí?

-María, ponte de acuerdo. ¿Crees o no crees? Si no crees pues no pasó nada y bórralo. Si crees tienes que hacerle una misa espiritual y ayudarlo a que se eleve.


María se fue. Siempre indecisa. Desde el principio de la Revolución fue militante del partido y oficial del ejército. Siempre así. Ordenando y controlando. La gente en el barrio la trataba con mucho cuidado y le decían «la capitana». Ahora está sola y vieja y pobre y sucia. No tiene ánimos ni para bañarse.

De nuevo silencio. Me concentré en el ron y en la langosta hirviendo. Pero enseguida escuché a la vecina de al lado taconeando. Una mulatica linda, como de veinte años. Tiene estilo. Es puta pero podría ser modelo. Es una belleza. Todavía vive en una covacha miserable como yo, pero es implacable: si no hay dinero ni te mira. A veces me saluda, pero sin mucha confianza.

-Buenos días, vecino.

-Buenos días, vecina. Se te hizo tarde en la pincha, ya es casi las doce del día.

-¿Y quién te dijo que yo trabajo de noche nada más? Tú eres un poquito fresco.

-Oye, ese perfume llega hasta aquí.

-Bueno, sufre. Sigue sufriendo, papito.

-Abusadora.

-Eso es una canción. Hasta luego. Voy a dormir un rato.

-¿Cuándo yo podré llegar a ti, mamita? Me tienes el coco hecho agua.

-Cuando seas un papirriqui con guaniquiqui. Pero mientras estés estrallado ni te acerques. ¡Pa’llá, pa’llá, que lo malo se Pega!

-Bueno, titi, sigue maltratándome. Que duermas bien.

-Chau, papito.

-Chau, mamita.

Entró, cerró la puerta y yo volví a mi cocinaíto. Es así. Si tienes dinero puedes, y si no jódete. Igual que en los naufragios: sálvese quien pueda.

Me gusta esa mujer. Hace un año vino del campo con las manos callosas y las uñas de los pies manchadas de tierra colorada. Dice que vivía en Palma Clara. ¡Quién sabe dónde cono está eso!

Es muy desconfiada. Cree que todos le van a hacer daño, Pero una vez me contó algo: a los doce años dejó la escuela en

quinto grado y se puso a recoger café para tener su propio dinero porque el padre se bebía y se fumaba todo lo que ganaba «y en la casa éramos siete hermanos comiendo harina de maiz y ñame. Yo no sé cómo salimos fuertes y sanos», me dijo. A lo dieciséis años vio que el café es trabajo de gente bruta y muerta de hambre. Una tarde se bañó, se puso una ropa limpia y sin despedirse salió para la carretera y llegó a La Habana. Así, sin tener idea de qué podría ser La Habana. Escuchaba decir que en La Habana sí se podía vivir porque había más dinero y allá se fue. Cuando me contó todo eso, en los ojos se le veía la fuerza: «Yo soy muy linda, papito, ¿tú crees que no me doy cuenta? ¡Que se metan el café y el hambre por el culo! Está bueno ya. A Palma Clara no regreso más nunca en mi vida..., que Dios me perdone... cuando mi madre muera sí tendré que regresar porque ésa es una santa.»

Llegó así, con una mano alante y la otra atrás. Los primeros días vivió con un camionero que la trajo en botella. Pero lo dejó a la semana: el tipo quería una esclavita para templársela cada vez que él quisiera, y tenerla encerrada en la casa trabajando y aburriéndose. Lo mandó al carajo. Se fue a vivir con una vecina. Se puso a jinetear en el Malecón y en menos de un año la guajira es otra persona. Ya hasta habla distinto y camina con estilo. En cualquier momento se muda a un apartamento decente y deja esta azotea de mierda. Me gusta la gente así. Fuerte. Los flojos siempre se lamentan y lloran. Los débiles creen que ya hoy todo termina.

En realidad es todo lo contrario: hoy es cuando todo comienza.



La Habana,
26 de marzo - 4 de noviembre, 1995

PEDRO JUAN GUTIÉRREZ

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